NO, NO SOMOS LOS MISMOS.
¿Qué
importaba entonces?
Cuando uno tiene diecinueve o veinte años, no se piensa que la vida se encargará de enseñarnos que nada es tan fácil, entonces la amistad era un refugio, ese sitio seguro, blindado, en el que nada malo podía pasarnos, estábamos juntos, éramos jóvenes y no podíamos perder un segundo en torturarnos pensando en el futuro, que estaría radiante esperándonos. Todos los jóvenes estarían obligados a no imaginar las pruebas duras que el destino les deparara, que les tiene reservados obstáculos salpicados de desesperanza, dolor, miedo, ira, decepción… esas cosas no se piensan a los veinte. A esa edad es difícil vislumbrar las cicatrices que quedaran por ahí dentro, en el corazón, en el alma o en la conciencia.
Nos
conocimos en la universidad formando una pandilla envidiable, con la sensatez
de unos, el ingenio de otros, la generosidad de saber escuchar, de compartir,
de celebrar los éxitos con cerveza, y ahogar los fracasos en vino. Época de
descubrir, de aprendizaje y confidencias, de sondear los sentimientos, abríamos
los brazos al entretenimiento y nos hacíamos expertos en esquivar el dolor.
Uno de esos
grupos que el tiempo no disolvería por mucho que se empeñase, y años más tarde
ese tiempo nos mira con burla, diciendo. ¡Míralos! cada uno por su lado,
desperdigados por el mundo. Pero todos mantenemos el recuerdo en nuestros
pensamientos, en esos momentos duros aparecéis por mi mente, igual que yo soy
consciente de que de vez en cuando me cuelo en la vuestra, para gritar que sería
más fácil de tenernos cerca.
Otros, los más queridos para unos, la más
querida para mí, ni tan siquiera deambulan por este mundo, y
aunque tengo asumido que ya no están, que no creo que vayan a llamarme por
teléfono, y he perdido la sensación de que voy a encontrármela por la calle, de
vez en cuando me lamento de su falta y no solo en las cosas importantes, a
veces en los pequeños detalles como tener que decidir entre dos modelos de
zapatos, o reírnos una y otra vez de la misma anécdota, en las tardes de
domingo en las que estaba prohibido hablar de estudios o de exámenes, eran solo
para el descanso, ver una película, leer, y si hacia buen tiempo dar un paseo
para charlar de las cosas no importantes.
Y los que
quedamos nos encontramos de tarde en tarde, y como dijo Neruda, nosotros, los
de entonces, ya no somos los mismos.
Se supone que debemos trazarnos una meta en la vida y vivirla.
Pero a veces, sólo después de haber vivido se percata uno
de que su vida tenía una meta, una que seguramente nunca se le había
pasado por la cabeza. Y ahora que yo había alcanzado mi meta me sentía perdido
y sin rumbo.
Y las montañas
hablaron, Khaled Hosseini
Es verdad se cambia, nosotros éramos una pandilla que acudíamos juntos a los bares cafeterías y fiestas. Y lo pasabamos de maravillas. Fuimos a las bodas de unos y otros y hoy en día no sabemos nada los unos de los otros. Tose se va diluyendo con el tiempo Un saludo
ResponderEliminarYo acabo de recuperar a mis amigas de la juventud. Despues de quitarnos algunos disfraces nos dimos cuenta que podemos seguir siendo amigas de las personas en que nos convertimos. Pero es un hallazgo entre un millón. El tiempo tambien se traga eso. Quizás tampoco esté tan mal ¿No?
ResponderEliminarMe gusta ¡¡¡
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